La cara dulce de la luna

Necesitaba un momento conmigo, tenía que pensar, me pasaba de repente, el pasado me ponía nostálgica. Todo lo que había dejado ir y todo lo que tenía que soltar debido a mi necesidad de mantener un anonimato, una vida simple sin romper las reglas.

Era de noche, la luna estaba en su esplendor y se reflejaba tiernamente en el agua de la playa que rompía violentamente en las piedras. Nadie me vería, estaba casi segura, había un montón de estrellas en el cielo. Llevaba puesto un vestido blanco, el cabello suelto y la piel al descubierto, podía notar el ligero brillo que se arrancaba de mi piel con la pálida luz de la luna.
Me senté en la arena, era suave, y se amoldaba a la forma de mi cuerpo. Abracé mis rodillas, el pasado inundó mi cabeza, todavía me lamentaba por mis acciones y la forma en que se me había arrancado todo, desde muy pequeña.

Vaya, nunca había sido muy dada a las remembranzas y aún así, si pudiera llorar lo hubiera hecho. Una presencia me alertó, recargué mi mano derecha en la arena y voltee la vista a la luna. “¿Porque no te sientas…?”

Un olor extraño me alertó, mi espina y espalda se tenzaron. Lo reconocía, había conocido a alguién como aquella criatura en el mini super... deje de respirar, guardando el aire para controlarme, una vez más relajada lo solté de golpe. Al parecer, me había reconocido.

Me levanté del lugar en un instante, tenía que cuidarme pues aún no estaba segura de la reacción que tendría aquella criatura. Le sonreí, con los puños cerrados, quería ser amable pues a fin de cuentas, yo tampoco era la especie más normal que existía en la tierra.

Me moví rápidamente, estaba segura el movimiento había sido imperceptible, y me senté en la misma roca que él, con mi espalda pegada a la suya, probablmente lo sorprendí, esperé su reacción mientras le decía: "Es una noche hermosa... ¿no crees?" le dije en un susurro, mientras apoyaba mis manos en el lugar donde había tomado asiento...

Había sido un lindo detalle que se hubiera alejado un poco de mi espalda, aún así podía sentir su cuerpo quemándome, no me incomodaba, pero la sensación era... diferente, lo único cálido que estaba acostumbrada a sentir era el viento frío...

"No creo que sea peligroso para "algo" como yo..." le dije con la voz un poco baja al decir la palabra, el recuerdo de mi misma asesinando no era grato, "pero si me encuentro con una criatura como tu..." voltee la cara para verlo un segundo, le sonreí para demostrarle que no pretendía ofenderlo "...entonces no estoy segura de las cosas con las que me puedo topar en un lugar tan pequeño como éste"

Suspiré y sonreí por lo bajo, la última vez que me había topado con un licántropo... ¿que no cambiaba con la luna? había sido muy diferente, tenzo, tal vez por el hecho de que me encontraba sumergida aquella noche en mis recuerdos.

"¿Y tu..." le pregunté casi en un murmullo "... no te incomoda, ni crees que es peligroso, convivir con algo como yo... ni te preguntas las terribles cosas que pueda llegar a hacerte?" - me quité el cabello de la cara dejando que el viento rosara mis mejillas

Sonreí ante sus comentarios completamente acertados, primero: el hecho de que en un lugar tan pequeño pudiera existir la convivencia pacífica de tantas criaturas que a los ojos de muchísimos humanos tendríamos que ser inexistentes. Y segundo: nunca me imagine a mí misma tomando a la ligera tener a mis espaldas a mi enemigo natural, a pesar de eso, este chico era una criatura completamente anormal, sin referirme por supuesto a su condición pues a fin de cuentas, yo no era lo más normal del mundo, si no por su manera tan tranquila de tomar a una asesina como yo como… “buena compañía”… no era que lo hubiera dicho, pero él me lo parecía por igual y me pareció un tanto acertado adjudicarme el adjetivo.

Me reí ligeramente cuando terminó de decirme aquello, me paré de la roca que estábamos compartiendo y vi el agua, le sonreí enmarcando la mirada – “Me acompañas…” – le dije moviendo la cabeza señalando el mar cuya agua estaba un tanto agresiva por el aire, sabiendo que no le afectaría el clima pues su temperatura corporal tampoco era normal. – “Apuesto a que puedo ganarte” – le dije mientras le guiñaba un ojo y tomaba posición de carrera, volví a sonreír ante lo irónico de mi reto, enseñando todos los dientes…